¿Cuando dejamos de ser nosotros mismos?
"Como adultos tenemos tanto miedo de perder la aprobación. Simulamos todo el tiempo con el fin de ser aceptado por otros, creando una falsa imagen que presentamos al mundo según lo que quieren que seamos, donde el miedo a no conseguir la recompensa se convierte en el miedo a ser rechazado. Y el miedo a no ser lo bastante buenos para otra persona es lo que hace que intentemos cambiar, lo que nos hace crear una imagen,sólo para ser aceptados, sólo para recibir el premio. , ocultando nuestras verdaderas emociones detrás de una rígida máscara.Pero cuando hacemos esto, estamos abandonándonos a nosotros mismos. De este modo aprendemos a fingir que somos lo que no somos y perseveramos en ser otra persona con la única finalidad de ser lo suficientemente buenos para mamá, papá, el profesor, nuestra religión o quienquiera que sea. Y con este fin practicamos incansablemente hasta que nos convertimos en maestros de ser lo que no somos.La aprobación de otras personas es una alternativa débil y variable de amor propio. Nunca será suficiente para satisfacernos plenamente, porque si tenemos que cambiar algo de nosotros mismos para ser amados, ¿cómo vamos alguna vez a sentirnos cómodos en nuestra propia piel"
El Proceso De Domesticación
Nacemos en esta sociedad, crecemos en esta sociedad y
aprendemos a ser como todos los demás, actuando y compitiendo continuamente de
un modo absurdo.
Ahora bien, imagina por un momento que pudieses visitar un
planeta en el que toda la gente tuviera una mente emocional distinta. La manera
en que se relacionarían los unos con los otros sería siempre feliz, siempre
amorosa, siempre pacífica. Ahora imagínate que un día te despiertas en ese
planeta y que ya no tienes heridas en tu cuerpo emocional. Ya no tienes miedo
de ser quien eres. Ya no te importa lo que la gente diga de ti, porque no te lo
tomas como algo personal y ha dejado de producirte dolor. Así que ya no
necesitas protegerte más. No tienes miedo de amar, de compartir, de abrir tu
corazón. Ahora bien, esto sólo te ha ocurrido a ti. ¿Cómo te relacionarás con
la gente que padece heridas emocionales y que está enferma de miedo?
Cuando un ser humano nace, su mente y su cuerpo emocional
están completamente sanos. Quizás hacia el tercer o cuarto año de edad empiecen
a aparecer las primeras heridas en el cuerpo emocional y se infecten con veneno
emocional. Pero, si observas a los niños de dos o tres años y te fijas en su
manera de comportarse, verás que siempre están jugando. Los verás reírse sin
parar. Su imaginación es muy poderosa y su manera de soñar una auténtica
aventura de exploración. Cuando algo va mal reaccionan y se defienden, pero,
después, sencillamente se olvidan y vuelven a centrar su atención en el momento
presente para seguir jugando, explorando y divirtiéndose. Viven el momento. No
se avergüenzan del pasado y no se preocupan por el futuro. Los niños pequeños
expresan lo que sienten y no tienen miedo a amar. Por eso los momentos más
felices de nuestra vida son aquellos en los que jugamos como si fuéramos niños,
cuando cantamos y bailamos, cuando exploramos y creamos con el único propósito
de divertirnos. Cuando nos comportamos como niños nos resulta maravilloso
porque ese es el estado normal de la mente humana, la tendencia natural. Somos
inocentes, igual que los niños, y para nosotros es normal expresar amor. Pero
¿qué nos ha ocurrido? ¿Qué le ha ocurrido al mundo entero?
Lo que ha sucedido es que, cuando éramos pequeños, los
adultos ya padecían esa enfermedad mental, una enfermedad altamente contagiosa.
¿Y cómo nos la transmitieron? Captando nuestra atención y enseñándonos a ser
como ellos. Así es como trasladamos nuestra enfermedad a nuestros niños y así
es como nuestros padres, nuestros profesores, nuestros hermanos mayores y toda
una sociedad de gente enferma nos la contagió a nosotros. Captaron nuestra
atención, y, mediante la repetición, llenaron nuestra mente de información. De
este modo aprendimos y de este modo programamos una mente humana.
El problema reside en el programa, en la información que
hemos almacenado en nuestra mente. Una vez captada la atención de los niños,
les enseñamos un lenguaje, les enseñamos a leer, a comportarse y a soñar de un
modo determinado. Domesticamos a los seres humanos de la misma manera que
domesticamos a un perro o a cualquier otro animal: con castigos y premios. Esto
es perfectamente normal. Lo que llamamos educación no es otra cosa que la
domesticación del ser humano. Al principio tenemos miedo de que nos castiguen,
pero más tarde también tenemos miedo de no recibir la recompensa, de no ser lo
bastante buenos para mamá o papá o un hermano o un profesor. De este modo es
como nace la necesidad de ser aceptado. Antes de eso no nos importa si lo
estamos o no. Las opiniones de la gente no son importantes y no lo son porque
sólo queremos jugar y vivir en el presente.
El miedo a no conseguir la recompensa se convierte en el
miedo a ser rechazado. Y el miedo a no ser lo bastante buenos para otra persona
es lo que hace que intentemos cambiar, lo que nos hace crear una imagen. Imagen
que intentamos proyectar según lo que quieren que seamos, sólo para ser
aceptados, sólo para recibir el premio. De este modo aprendemos a fingir que
somos lo que no somos y perseveramos en ser otra persona con la única finalidad
de ser lo suficientemente buenos para mamá, papá, el profesor, nuestra religión
o quienquiera que sea. Y con este fin practicamos incansablemente hasta que nos
convertimos en maestros de ser lo que no somos.
Pronto olvidamos quienes somos realmente y empezamos a vivir
nuestras imágenes, porque no creamos una sola, sino muchas diferentes, según
los distintos grupos de gente con los que nos relacionemos. Una imagen para
casa, una para el colegio, y cuando crecemos, unas cuantas más.
Y esto funciona de la misma manera cuando se trata de una
simple relación entre un hombre y una mujer. La mujer tiene una imagen exterior
que intenta proyectar a los demás, y cuando está sola, otra de sí misma. Lo
mismo pasa con el hombre, que también tiene una imagen exterior y otra
interior. Ahora bien, cuando llegan a la edad adulta, la imagen interior y la
exterior son tan distintas que ya casi no se corresponden. Y como en la
relación entre un hombre y una mujer existen al menos cuatro imágenes, ¿cómo es
posible que se lleguen a conocer de verdad? No se conocen. La única posibilidad
es intentar comprender la imagen. Pero es preciso considerar más imágenes.
Cuando un hombre conoce a una mujer, se hace una imagen propia de ella, y a su
vez la mujer se hace una imagen del hombre desde su punto de vista. Entonces él
intenta que ella se ajuste a la imagen que él mismo ha creado y ella intenta
que él se ajuste a la imagen que se ha hecho de él. Ahora, entre ellos existen
seis imágenes. Evidentemente, aunque no lo sepan, se están mintiendo el uno al
otro. Su relación se basa en el miedo, en las mentiras, y no en la verdad
porque resulta imposible ver a través de toda esa bruma.
De pequeños no experimentamos ningún conflicto porque no
fingimos ser lo que no somos. Nuestras imágenes no cambian realmente hasta que
empezamos a relacionarnos con el mundo exterior y dejamos de tener la
protección de nuestros padres. Esta es la razón por la que la adolescencia
resulta particularmente difícil. Aun en el caso de que estemos preparados para
sostener y defender nuestras imágenes, tan pronto intentamos proyectarlas al
mundo exterior, éste las rechaza. El mundo exterior empieza a demostrarnos, no
sólo particular, sino también públicamente, que no somos lo que fingimos ser.
Este sería el caso, por ejemplo, de un chico adolescente que aparenta ser muy
listo. Acude a un debate en el colegio, y, en ese debate, alguien que es más
inteligente, y que está más preparado, le supera y le deja en ridículo delante
de todo el mundo. A continuación él intenta explicar, excusar y justificar su
imagen delante de sus compañeros. Se muestra muy amable con todos e intenta
salvar esa imagen delante de ellos, aunque sabe que está mintiendo. Por
supuesto, hace todo lo posible para no perder el control delante de ellos, pero
tan pronto se encuentra solo y se ve reflejado en un espejo, lo hace añicos. Se
odia a sí mismo; se siente verdaderamente estúpido y cree que es el peor.
Existe una gran discrepancia entre la imagen interior y la imagen que intenta
proyectar hacia el mundo exterior. Pues bien, cuanto más grande es la
discrepancia, más difícil resulta la adaptación al sueño de la sociedad y menos
amor se tiene hacia uno mismo. Entre la imagen que finge ser y la imagen
interior que tiene de sí mismo cuando está solo, existen mentiras y más
mentiras. Ambas imágenes están completamente alejadas de la realidad; son
falsas, pero él no es consciente de ello. Quizás otra persona lo advierta, pero
él está totalmente ciego. Su sistema de negación intenta proteger las heridas,
pero éstas son reales y siente dolor porque intenta defender esa imagen por
todos los medios.
Miguel Ruiz
Comentarios